
¿Es realmente cada vida una travesía, un periplo, un viaje? Muchos han sido los que así lo han interpretado. ¿Tenemos instinto de felicidad? ¿Es por ello por lo que tomamos las decisiones que nos hacen ser quienes somos? Hasan ha dejado a toda su familia en Fez. Cuando muchos son los que parten de El Cairo, asolada por una peste, que no entiende de religiones, él se sumerge en un país marcado, todavía hoy, por su antiguo esplendor. El papá Clemente IV, en Aviñón, consagrará el Ródano para poder echar allí los cadáveres, “gran mérito tiene Egipto de ser musulman cuando el Nilo y la peste se ajustan aún al calendario de los faraones”. El amor de nuevo le hará partir, protegiendo al hijo de Aladino, ahora hijo suyo, posible aspirante al trono de Constantinopla. Regresará a Fez, buscará a Harún y su hermana, acabando por Barbarroja en la mismísima corte de Selím I, el cruel, aquel del que debían huir. De poco le servirá contar lo que ha oído, no evitará que el Egipto mameluco, con Tumanbay al frente, caiga frente al poderoso Imperio Otomano. Los principales personajes y hechos del Mediterráneo en el S. XVI pasan ante los ojos de nuestro viajero, aquel que ya en aquellos tiempos pensaba que la vida es una travesía y que debemos de intentar que sea feliz.
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