Estamos leyendo.... La evolución de Calpurnia Tate (Jacqueline Kelly) en Zaragoza

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lunes, 30 de noviembre de 2009

Amarilla.....



¿Es esto la soledad más dura? ¿Un ser humano ante sus recuerdos, ante él y “un mundo que agoniza”?.

Delirios, locura, reflexiones sobre la muerte, tristeza… todo teñido de un color, el amarillo. Amarillo como la lluvia de hojas en otoño, amarilla la muerte de la naturaleza, la que deja paso al glaciar azul a la nada. Amarillo ya en la Edad Media el color de los locos, amarillo el color maldito para el teatro, amarillo el color de la enfermedad y la agonía y amarillo el de las fotos de los que ya no están.

En estas páginas finales, el delirio y el fluir del tiempo sin esperanzas hacia un final sabido y comprendido, se impregna todavía más si cabe de lo que simboliza este color.

Lluvia efímera, amarilla, ácida, destructiva en cuanto portadora de tragedias y avatares irremediables y sabidos,... Lluvia que también es olvido en tanto que pudre y lava y quema…

“ … la lluvia ha ido anegando mi memoria y tiñendo mi memoria de amarillo. No sólo mi mirada. Las montañas también. Y las casas. Y el cielo. Y los recuerdos que, de ellos, aún siguen suspendidos. Lentamente, al principio, y, luego ya al ritmo en que los días pasaban por mi vida, todo a mi alrededor se ha ido tiñendo de amarillo como si la mirada no fuera más que la memoria del paisaje y el paisaje un simple espejo de mí mismo”

viernes, 20 de noviembre de 2009

Delirios...


Ainielle comenzó a morir cuando el primero partió, a partir de allí siguieron muchos. ¿Qué puede hacer un hombre sólo ante la nieve, la lluvia, el frío y el abandono?
La naturaleza se apodera de lo suyo, de aquello que le habían robado con tanto esfuerzo, siglos de esperanzas, generaciones... Cuando alguien cierre los ojos todo habrá acabado. Sólo se puede resistir, ya no hacer, resistir a que alguien ultraje lo poco que queda en uno, si hace falta con la escopeta, resistir al hambre ante aquellos que no entienden, que para él sólo queda esa ruina, su ruina.

Consciente de la llegada de una muerte anunciada Andrés delira, ve a sus seres y espera tarde o temprano ser como ellos, presencias nocturnas impotentes ante la devastación. Ya no hay vuelta atrás, ya no se puede claudicar, la locura ante los otros impide cualquier atisbo de sociabilización. Todo esta asumido, entendido desde hace ya mucho tiempo.

“Fue la última vez que me rebajé a pedir ayuda, la última ocasión en que alguien pudo verme más allá de las fronteras que el orgullo y la memoria claramente me imponían.”

lunes, 16 de noviembre de 2009

El último superviviente.....


El último habitante de Ainielle se sabe representante de algo que morirá con él. Su soledad le hace enfrentarse a sí mismo y su memoria se convierte en el único paisaje de su vida. “…el curso de mi vida se había detenido y, ahora, ante mí, ya sólo se extendía el inmenso paisaje desolado de la muerte y el otoño infinito donde habitan los hombres y los árboles sin sangre y la lluvia amarilla del olvido”.
Tras la muerte de Sabina, imaginación y realidad se unen teñidas del color de los locos, sólo queda él, sólo mira él.

Soledad que se vence entre delirios, entre presencias fantasmales de seres queridos, artificios de la imaginación para poder asumir las ausencias. Diferente de los delirios febriles provocados por el veneno.

Recuerdos, un hijo desaparecido, una hija que muere a los diez años, cosas normales en ese tiempo, pero no que un hijo, el único se desapegue de la tierra y la familia, la casa. No, así no eran las cosas y él no puede entenderlo, no puede asumir, no puede claudicar, ni siquiera se despidió. ¿Cómo entonces explicar que Sabina no resistió, que también ella se fue? ¿Implicaría eso saberse perdedor ante lo que algunos han llamado progreso?

miércoles, 4 de noviembre de 2009

AINIELLE



El paraje elegido por Llamazares para tratar ese fenómeno tan doloroso y tan conocido en nuestra tierra llamado despoblación se llama Ainielle. Un núcleo de escasas casas en la Galliguera Alta.

La poética de Llamazares no trata de números ni de economía. Aunque es cierto que mientras la población se doblaba en el país en estos núcleos ya llevaban casi un siglo de retroceso. Las nuevas formas de vida, la ciudad, el acceso a los servicios y las comunicaciones, la industria dejaban atrás de una forma irreversible a esas aldeas de corte medieval, con difíciles accesos, sin servicios y dedicadas al ganado y los huertos; Pueblos que en invierno son sepultados en la nieve y sufrían impotentes los efectos de un progreso que sólo más tarde contaría con ellos.

A través de los pensamientos, la memoria e incluso los delirios del último habitante de Ainielle, empezamos a sentir, a intuir todo el drama y la sumisión que supone saberse el último representante de algo que no pervive y que muere con uno mismo.